domingo, 24 de julio de 2011

Transfigurada Máscara

Venecia en realidad nunca fue una ciudad de carácter realista. Es física, es cierto, la puedes tocar, puedes caminar sobre ella, puedes zambullirte en sus hediondos canales o fluir sobre ellos en una maravillosa góndola, acompañada de cantos y villancicos. Pero no se puede ver con los ojos, si la observas con ellos, te perderás.
Es laberíntica, y por mucho que creas que hayas visto, siempre quedará una esquina por recorrer.
Si quieres conocerla, siéntela, sumérgete en ella...
Eso era lo que pensaba Dane desde que empezó a abrir los ojos, desde que su inocencia quedó atrás. Fulminada por una miseria atroz y consolada por la bohemia. El arte siempre fue venerado en aquella ciudad tan especial. Música, pintura, artesanía.
No obstante, el verdadero objetivo de Dane no tenía nada que ver con aquellas aspiraciones que tan sólo genialidades podían alcanzar. Sólo era un estilo de supervivencia.
Pero en el fondo quería descubrirse a sí misma. Nadie se había fijado en ella antes, era una criatura invisible más entre toda la multitud, pero además su carácter apartado y marginal y de su condición social, la habían desprovisto de cualquier clase de relación con otras personas. No tuvo oportunidad de verse reflejada en nadie, ni a nadie que pudiera decirle qué es lo que veían a través de sus oscuros ojos. Sólo recordaba una frase de su difunta madre, que martilleaba su cabeza sin cesar: ''Dane, eres como un espectro que vaga sin rumbo, oscura, romántica y melancólica''.
Jamás comprendió esas palabras hasta que no se decidió por observar a su alrededor a todos aquellos que, por misericordia o por gusto, compraban su arte y a los demás que caminaban desinteresadamente por las estrechas calles venecianas.
Vio en ellos los pecados y las virtudes, vio miradas indecisas, miradas carentes de escrúpulos, miradas enamoradas... Amor y odio. Comenzaba a comprender al ser humano, pero estaba lejos de comprenderse a sí misma. ¿Era ella como ellos?
Ella creía que cada uno encuentra su reflejo en una melodía, en una máscara o incluso, en un paisaje. Se preguntó si aquellos transeúntes también observaban Venecia con el alma, buscando así los rincones más ocultos de su pensamiento. Aquellos matices de la mente, que uno mismo no alcanzaba a comprender por su complejidad... o simplemente, por mantenerlos apartados de nuestra atención. Pues esos matices siguen estando ahí, aunque sean secundarios o incluso que sólo se accionen cuando la situación lo requiere.
Y sin embargo, por mucha filosofía que Dane se plantease, ni siquiera se había atrevido a seguirla. Pues, además de todas aquellas características que había citado su madre, en ese momento de decadencia contaba con una cobardía hipocondríaca: vivía para y por su supervivencia, no quería abandonar aquel puesto en el que estaba y pararse con romantiqueos psicológicos que podía resolver en cualquier momento. Aquello también la caracterizaba de hipócrita, por reprochar a todos aquellos que pasaban por sus ojos no cumplir con sus ideas. Aunque, francamente, sólo era un acontecimiento que ocurría en su cerebro.
El verdadero encuentro con su esencia comienza con el Azar, pues evidentemente ella jamás fue capaz de dar el primer paso.
Era un hombre, de aspecto elegante y siniestro. Máscara ocultando su rostro, capa, su cuerpo. Se acercó a ella caminando lentamente, dejando que la poca brisa que podía adentrarse en aquel laberinto, levantara las telas de sus ropajes. Ella sólo escuchaba sus pasos y su respiración bajo el rostro de pintura, como si el resto de la multitud hubiera detenido el sonido, o quizá, más bien, como si se hubiera detenido el tiempo.
Se detuvo frente a ella, frente a sus pequeñas obras de artesanía grotescas, y le tendió una máscara femenina.
No era como las demás, parecía como si hubieran inmortalizado el rostro de una diosa griega que hubiera estado escondida durante miles de años bajo el mar. Olvidada pero eternamente bella.
Ella titubeó. ¿Qué significaba ese gesto? ¿Quién era ese hombre? ¿Y esa máscara?
-Tú no escoges la máscara, la máscara te escoge a ti – dijo instantáneamente el hombre -. Ella me trajo hasta aquí y me dijo que te la entregara.
Ese hombre estaba francamente loco. ¿Pretendía engañarla? Trató de atravesar los dos huecos que supuestamente deberían dejar ver los ojos del portador del antifaz, y se encontró con una absoluta oscuridad. ¿A caso no tenía rostro? Aquella idea le produjo un violento escalofrío.
Él no se dejó aludir por la impresión de Dane, y dejó la máscara en el suelo, con cuidado. Se enderezó con elegancia y le dio la espalda, desapareciendo poco a poco por entre las sombras de las callejuelas venecianas.
Dane trató de ignorar la máscara, siguiendo con su trabajo. Pero su mirada siempre acababa clavada en los sinuosos trazos que había adornado la careta. Sólo la suya, pues para los demás parecía invisible o carente de importancia.
Como ella misma.
Con cierto miedo, se atrevió a tocarla. Por un momento pensó que ardería, que la mataría y cientos de miles de barbaridades más. Pero sólo la hechizó, en el sentido del encanto que comenzó a apoderarse de ella, de tal manera que prefirió ponérsela.
Asombrosamente encajaba con su rostro, atrapándola en cientos de miles de impresiones. Sintió la necesidad de levantarse. ¿Qué estaba haciendo esa máscara en ella?
Comenzó a caminar, como si fuera atacada por demonios, por entre las callejas, danzando con las últimas luces del día buscando un no se qué que le indicaba su atormentado corazón.
Casi calló en el agua. Casi se ahogó en los canales, pero no... la máscara le controlaba y dirigía sus pasos con precisión de manecilla de reloj suizo.
Ciega como iba, tropezó en uno de aquellos barrios con una puerta de florituras de hierro, la cual abrió y se sumergió en un frondoso jardín. Un jardín de aspecto romántico, oscuro y algo frío; pero sobre todo solitario.
Era propio de una mansión veneciana que, además de ese jardín, tendría un patio interior.
Ella bailó con las hojas de los rosales, de las hojas que caían de los árboles y que tropezaban, a su vez, con los arcos de las ventanas, describiendo sinuosas cuervas mientras descendían hasta el suelo.
Era como una canción de Vivaldi. Sí, aquél compositor veneciano parecía haber compuesto su música únicamente para aquella ciudad.
La armonía con la que el torbellino de aquella suave brisa, el canto de los pájaros invisibles posados en las ramas y el roce de aquellas hojas creaban una enorme y majestuosa canción.
La máscara la escuchaba, por esa razón bailaba y bailaba sin cesar con el alma de Venecia reducida a pequeña escala por unos pequeños efectos que a cualquier mortal le resultarían cotidianos e incluso hasta vulgares.
Pero entonces, el cielo comenzó a oscurecerse pues unos nubarrones amenazaron con inundar la ciudad, y el frío entonces la arropó con violentas ventoleras que antes habían sido susurros de hadas.
Aterida, chica y máscara, se adentraron dentro de aquella mansión, cediendo la puerta ante ellas...
Déjose llevar por los oscuros y altos pasillos, donde cada cuadro de familia agraciada echaba una mirada de reproche hacia su desgraciada figura. ¿Qué hacía una loca vagabunda, portando tal extraña máscara, en nuestro hogar? Parecían preguntarse...
Los muebles, por otra parte, permanecían callados e inmutables, mientras que los jarrones griegos vibraban con su paso alegre de bailarina renacida de la más profunda desidia, en forma de flor de loto, que era su máscara.
Deslízose por las barandillas que permitían ascender por las marmóreas escaleras que hacía siglos que no paseaba nadie por allí y que en verdad, daba la sensación que jamás hubieran pisado un escalón.
Ascendió por ellas y, el lugar cambió. Parecía como si al subir de nivel, cambiara de época y de impresiones... porque no parecía la típica estructura de una casa renacentista, si no una mucho más avanzada. O ni tan siquiera tenía época, simplemente, era distinta a las demás... porque sólo se encontró con una adusta y grande habitación, que se dividía en otras puertas... en vez de ser un largo pasillo.
La estructura era desconocida para ella. Aunque cualquier casa de lujo era totalmente nueva para su pobre experiencia ya que tan sólo había observado los detalles de esas casas desde el sucio suelo.
Pero sobre todo la desconcertó el espejo del fondo. Un espejo que reflejaba una realidad neblinosa y confusa.
Lo buscaba, la máscara lo buscaba. Notaba su cuerpo pesado, muy pesado, y se arrastró hacia ese maldito espejo que le provocaba angustia ya en la distancia.
Por vez primera, se vio reflejada en algún sitio. Vio su cuerpo demacrado y miserable, delgado cubierto con un trapo viejo... que hacía de vestido.
Lo único bello: su rostro, ocultada tras una máscara que recordaba a las Venus.
Que no quería quitarse todavía.
¿Qué era ella, qué era ella? Lo podía ver a través de aquella bruma espantosa. Era capaz de comprobar y sentir su grotesca existencia, su falta de humanidad, su falta de empatía, su ignorancia en sentimientos. El deseo de misericordia, el deseo de conocer a la perfección las emociones humanas cuando ella no tenía ninguna.
¡Falso!
¿Cierto?
Sólo sabía que no era como los demás, no había desarrollado el sentimiento social como los demás... pero ella era capaz de sentir algo así como el amor.
Su amor hacia los seres humanos.
Y odio.
Su cabeza daba y daba vueltas, muchas vueltas. Se agitaba en un sin parar de sentimientos negativos y positivos confluyendo entre sí, entrelazándose hasta formar una red espinosa que asfixiaba su delicado corazón.
Venecia era cruel y justa. Estaba observando no sólo su miseria material, si no, moral.
¡Ríndete, oh, fiel sirviente mía, y abrázame para que pueda adentrarme en ti! Deliraba la pobre Dane, no sabía si se lo pedía a la ciudad o la ciudad se lo pedía a ella. O simplemente, la máscara se había introducido en su alma formando parte de ella hasta dejarla en la más profunda de las locuras...
Poco a poco, su esencia cobraba vida en ella. Cobraba vida literalmente pues, de la máscara empezaron a surgir enredaderas de las cuales crecían flores de todo tipo, rodeándola, y rodeando toda la casa, atrapándola. Abrazándola.
-La esencia del ser humano es complicada, entresijada – empezó a decir para sí, pero sabía que no era ella quien hablaba si no el yelmo para su alma que portaba, en forma de antifaz -. Desde los albores, siempre ha estado unida al desarrollo de sus semejantes compartiendo entre sí nombrosas cantidades de información, de sentimientos... En cierto modo, esto nos destruye. Desampara nuestra originalidad y nos vuelven meras copias, pero seremos meras copias completas. Porque por culpa del hado divino, estamos condenados a ser sirvientes del dios Sociedad pues si no, seremos atacados por la más dolorosas de las soledades...
>>Pero si algo es más poderoso todavía que la sociedad, es la historia y la arquitectura que la acompaña, pues es lo que permanece. Es el alma del ser humano en su máximo esplendor. Razón y sentidos unidos para conformar una ciudad tan compleja como Venecia. Laberíntica, cual cerebro o alma humana, romántica como nuestro corazón,pues somos los únicos capaces de sentir ese amor pasional.
>>Yo perduro en la originalidad, pero no ha sido precisamente la observación de los individuos, si no, la absorción de las sabias palabras de los edificios la que me ha educado para poder ser humana...
Alzó la mano y rozó el espejo, que empezó a atraparla y a absorberla.
-Soy parte de Venecia. Me atrapó y me sedujo desde siempre, a pesar de haber nacido aquí y no conocer otro lugar. Sé que ninguno como este me habría hecho ver tal cosa...
Desaparecía por el espejo y las imágenes embotaban su cerebro, creando a una Dane más espiritual, alejándola de aquella animalidad de la que era partícipe y escondida tras una gran capa de fingido arte que ni tan siquiera sentía fluir por sus dedos, si no, por su pura ansia sin objetivos, de vivir.
El caos la trajo y el caos volvió a llevársela.
Despertó en medio de la plaza, desmayada y máscara en mano. ¿De verdad había sido todo un sueño?
Su cuerpo estaba agotado como si hubiera bailado y correteado por Venecia tal y como había sentido. Tuvo la impresión, no obstante, de que fuera su alma y no su carne, la que se deslizó por aquellos lugares tan provistos de partitura y compás, cuando el mundanal ruido de su vida siempre le pareció de lo más vulgar y repulsivo.
Por curiosidad, volvió a ponerse la máscara. Pero esta vez, no ocurrió nada.
Simplemente en su corazón restó la ambición de conocer a los seres humanos más de cerca, ahora que ella misma se sentía como uno de ellos y no como un espectro carente de matices.

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