sábado, 15 de octubre de 2011

Alma del Océano...

Te cogí suavemente de tu mano. Tu mano fría, delicada, de dedos largos... Tan femenina. Tu mirada y el horizonte se hacían uno entre las violentas olas del mar...

Sentía cómo nuestros pies se humedecían con su paso, avanzando por la costa estruendosamente. Como deseando atraparnos, querida.  ¿No es bello?
Sumerjámonos...  ¿No es acaso eso lo que ansiamos? Un mundo sin ruido, un mundo que sacie nuestra búsqueda de misterio.
Suena pueril, suena fantasioso. ¿Pero a caso importa? Nadie nos observa a nuestro al rededor, y aunque fuera así, no importa. Nosotras no somos de este Universo.

Entonces noté que te soltabas sutilmente de mí y avanzabas, con ese caminar tan propio tuyo, balanceando tus caderas, y a la vez, parecía tan natural, tan despreocupado. Y diste un paso hacia el agua. Saludaste a Poseidón y me pediste que yo te imitara.
Sin temor, me acerqué a ti e inicié aquel rito que nos transportaría hasta límites insospechados...
Nos convertimos en oceánidas, en ondinas... Uniéndonos bajo aquellas corrientes. Siendo una, una en medio de la soledad, en medio de aquella oscuridad húmeda.
Hasta que volvíamos a ser humanas, y debíamos alcanzar una vez más la superficie. Para volver a sumergirnos de nuevo. Nos convertimos en delfines y cada vez que buceábamos, descubríamos un reino nuevo con su pequeña corte...No obstante no quisimos ser sus reinas...
Puede que para cualquier anciano sentado en su oxidada silla de playa, sólo éramos un par de enfermas que se daban placer bajo las aguas, de manera impúdica, ilícita...
Para nosotras, para mí, fue como haber desaparecido de aquellas miradas acusadoras, de aquellas miradas turbias y corruptas.

Sólo éramos el mar, tú y yo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario