Y es que una se pierde en una noche como ésta, de vientos
gélidos y gente amuermada como terribles muertos vivientes, que en nada se
diferencian del ganado matutino.
No obstante, es bello observar ciertos haces de vida en sus
colmenas de sobrias fachadas, o quizá, si me permite el lector, de aquellas
hermosas fachadas modernistas del centro alicantino. Sombras desconocidas que se asoman a observar
como yo el silencio, a veces vagamente interrumpido (quizá por algún borracho, drogata
o los coches) o quizá, a dejar que sus suspiros desaparezcan, que se
desvanezcan gracias a éste pequeño huracán a las primeras horas de la
madrugada. Luces que se encienden y que al cabo de los pocos minutos ( o quizá
segundos) se apagan y suponer que el propietario buscaba algo o que realmente
los impulsos de su cerebro, sesgado por el hábito, le había conducido hacia
aquella habitación sin motivo aparente. Luces parpadeantes como de prostíbulos,
pero que en realidad no son más que baruchos donde se encuentran almas tristes
o simples, ambas o ninguna.
Todo esto en cuarenta minutos de espera a un bus urbano para
que me devuelva al calor de mi casa. Pero, diantre, esta soledad tiene algo de
poético ¿O es que ya estoy siendo invadida por una molesta enfermedad y
empiezo a tener fiebre?
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