viernes, 11 de julio de 2014

Paz.

No hay guerra, no hay tregua. Desde que ya no espías entre las estrechas rendijas de mi ventana y gritas mi nombre desesperadamente; desde que ya no tengo que atragantarme con tus deseos frustrados; desde que ya no me rindes una pleitesía desmesurada; desde que ya no tengo que soportar esos impulsos esquizoides y esos altibajos tan abruptos; desde que no tengo que soportar tu absurda estupidez, siento la más auténtica paz.
Ahora sé que nunca debí abrir esa carta, que debí haber dejado que los vientos de otoño se la hubieran llevado bien lejos de mi.
No obstante de toda experiencia es un gozo aprender, y de ésta he aprendido a sentir la paz.


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