miércoles, 2 de julio de 2014

Victoria

Ese dulce néctar caprichoso.
Hay quienes la desean publicar cada nimiedad, desbordándose en su soledad en medio de ésta mota de polvo azul. Otros la guardan para sí, esperando (y hasta en la vigila antes del sueño) que sus pequeños pasos hacia delante no los conviertan en despeñados .
Todos vivimos sujetos a las imperantes leyes físicas y naturales. Somos insignificantes. Y no obstante nuestro ego provoca nuevos dioses y nuevos demonios, acusando a  la ciencia de frialdad mientras nuestras mentes siguen engañándose hasta el hartazgo de vivir. Culpamos de nuestro dolor a otros, cuando nosotros somos los que nos hacemos harakiris diarios.
La sociedad se comprende como un suicidio colectivo lento y silencioso. El sueño de libertad sólo se queda en eso, en sueño, hasta que unos pocos logran despertar. 
Estos despertados no fanfarronean de su descubrimiento de la Idea de Bien, pues no puedes hablarle de realidad a quien está continuamente con los ojos cerrados. Sin embargo, en la tierra de los dormidos, se vislumbran las peleas de opiniones banales, de ineptos colgándose medallas y acusaciones mutuas. En un egoísmo atroz mientras la verdad se halla tan cerca y tan lejos.
La victoria aparentemente inexistente y la creencia de una victoria realmente inexistente. 


 
 

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