lunes, 11 de agosto de 2014

Sáhara

Jamás pensé que una de las más influyentes y bellas amistades que se han introducido en mi vida, proviniera de las lejanas arenas del desierto saharaui. Ni tan siquiera llegué a pensar que fuera esa palanca de la que hablaba Aristóteles, que pudiera levantar la pesada piedra de la incertidumbre que ensombrecía mi existencia.
Maestro, amigo y hermano. Una triada, nada divina, pero sí muy humana que se ha llegado a consolidar en pocos meses.

Hace un mes y pico que se marchó y lo echo profundamente de menos. Sin embargo, los lazos que nos unen no se romperán con la misma facilidad con la que se unieron. La huella que ha dejado en mi corazón es mi cayado para continuar éste largo viaje de la vida.

A veces me paro a escuchar esa música que él, amablemente, me enseñó para fundirme aunque fuera una pizca con su hermosa cultura trasnochando en la Biblioteca 24h de la Universidad de Alicante. También me paro a escuchar esa música que me enseñó en momentos difíciles, a modo de lección o a modo de sátira, quizá a modo de todo un poco.

De vez en vez, se me aparecen sus palabras (como si el viento de allá las trajera acá) nítidas como el primer día.

Me ha regalado un cosmos en el que poder refugiarme, pero no se me ocurre otra manera de agradecerle sus regalos que siguiendo sus consejos y estar ahí siempre que me necesite.

¡Espero que le llegue mi abrazo desde tan lejos!



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