domingo, 5 de octubre de 2014

Alas.

Nunca olvidaré ese par de alas estampadas en su espalda. A aquella chica misteriosa del metro. Bueno, digo y pienso que es o era misteriosa, porque entre el jaleo y la pérdida de nervios de la gente que me rodeaba, ella mostraba esa tranquilidad e impasibilidad que caracteriza a los seres suprahumanos. No le vi el rostro, pues su oscura melena cubría la mitad de su perfil. Sólo se asomaba la punta de su nariz, que apuntaba a ninguna parte mientras su mente cavilaba por mundos lejanos. Sólo veía ese par de alas. Pensaba que saldría volando en cualquier momento, que escaparía de aquella agobiante oscuridad. No obstante pareció preferir pegarse a la ventana y escuchar el rugido del metro.
La gente entraba y salía a aquellas horas tempranas de la mañana, en búsqueda de sus jaulas. Pero ella parecía no tener destino, acurrucada en ese lugar, con sus alas estampadas que no volaban.
Llegamos a la última parada y ella salió, silenciosa, ni cabizbaja ni altiva. Seguí sin distinguir bien su rostro, mientras el estampado cubría mi pensamiento.
Fuimos en caminos opuestos y me imaginé, que en algún momento, mientras nadie la observaba, rompía a volar y que se desharía del mundo terrenal. Que había sido enviada por algún motivo, quizá para reafirmar la miseria humana o quizá para mofarse de ella.
Me pareció escuchar un batir de alas, pero quizá era el viento que me estaba gastando una broma con trucos baratos de feria.

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