En mis noches de soledad, con mi
taza de té hirviendo, a veces te imagino… Te veo bailando entre luces de
colores vivos y derretidos.
No me olvido de aquella vez que
te vi desde aquella olvidada cafetería de París. Ni de la hipnosis que me
provocó el contoneo de tus caderas al son de tu melena castaña ondeando en tu
espalda.
Y en esas noches, como esta, te
imagino en una pista imaginaria de colores y sonidos confusos provocados por el
opio. Mirándome con tu felina interna, y tus labios eternamente húmedos.
Maldita, ¿cuál es tu nombre? Deja
de provocarme con tus ojos verdes y esa danza tan suculenta. No tengo más
remedio que sentirme invitada, invadida por tu salvaje mundo, como un palpitar
eterno.
Nunca termina este dolor de no
tenerte entre mis brazos y sin embargo vicia como la peor de las drogas. Quizá
como una absenta maldita, haciéndome alucinar con el hada que nace de tu esencia.
Te desvaneces… ¡Ay! Sin poder
olerte.
Y me quedo con una quemazón en mi
lengua por este maldito té, una vez más.
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