viernes, 29 de mayo de 2015

Musa II

En mis noches de soledad, con mi taza de té hirviendo, a veces te imagino… Te veo bailando entre luces de colores vivos y derretidos.
No me olvido de aquella vez que te vi desde aquella olvidada cafetería de París. Ni de la hipnosis que me provocó el contoneo de tus caderas al son de tu melena castaña ondeando en tu espalda.
Y en esas noches, como esta, te imagino en una pista imaginaria de colores y sonidos confusos provocados por el opio. Mirándome con tu felina interna, y tus labios eternamente húmedos.
Maldita, ¿cuál es tu nombre? Deja de provocarme con tus ojos verdes y esa danza tan suculenta. No tengo más remedio que sentirme invitada, invadida por tu salvaje mundo, como un palpitar eterno.
Nunca termina este dolor de no tenerte entre mis brazos y sin embargo vicia como la peor de las drogas. Quizá como una absenta maldita, haciéndome alucinar con el hada que nace de tu esencia.
Te desvaneces… ¡Ay! Sin poder olerte.

Y me quedo con una quemazón en mi lengua por este maldito té, una vez más.

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