Te vislumbré entre los chorros
transparentes de una fuente. No sabía si estabas bailando o te estabas
desperezando, fuera como fuere, tus ojos de color café atravesaban el agua
hasta hacer arder una llama en mi corazón.
Y sin embargo, desapareciste de
aquel patio andaluz, como si nada tuviera que ver contigo. Yo, como boba, fui
corriendo tras de ti. Pero te habías desvanecido bajo la luz del sol sureño,
ese que desintegra hasta la última gota de esperanza.
Te busqué entre las flores que se
descolgaban por las blancas paredes cordobesas, las trepé, atravesé las
ventanas, nadé por entre las sombras de las callejuelas, las antiguas sinagogas
y mezquitas…
Creí que te había encontrado
entre las notas de los tablaos y las palmas de los gitanos. Que tu corazón
reverberaba entre la percusión de las cajas y el taconeo. Que te habías
convertido en esa Virgen que tantos lloran, te pasean y te festejan en los
saraos.
Pero simplemente había perdido la razón.
Olvidé que sólo habías sido una alucinación del calor en Agosto.
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