Creo que empiezo a olvidar el frío hasta venir aquí, gracias
al ritmo de este baile tan maravilloso. Estos pasos, esta locura… Me recuerda a
aquellos torpes juegos con Francine y Margeritte, cuando los señores Costeau ya
no estaban en la casa.
Sólo llevo unos días en Nueva York y, entre los barrios que
los señoritos olvidan, parece que las heridas se van volando. Sin embargo,
llegar hasta aquí casi me cuesta la vida. Me atrevería a decir que, incluso,
mis hermanas la han cobrado por mi parte.
Hecho que hace que se me deshilache el corazón, pero que, no obstante,
de no haber sido así… Yo misma habría finalizado con esta agonía de existencia.
He tenido que andar mucho; he subido a trenes de carga: todo a escondidas para no molestarle a los
blancos. No sé cuántos días he pasado sin comer (cuando era sirvienta, al
menos, tenía un plato caliente todos los días, todo hay que decir…), ni cuántas
veces tuve pesadillas diurnas (como aquellas del vudú) debido a esto.
Medio muerta, como diría mamá, llegué hasta aquí. Pero unos
libertos vieron en mi algo, no sé. Dijeron que era bonita y que me atreviera a
bailar. Y aquí estoy, sin más. Libre y sin señores.
Es más, yo soy la señora de todos ellos. Los miro desde
aquí, desde el escenario y me burlo con mi propio cuerpo ¡Estúpidos!
Caladas de opio, sexo salvaje con hombres y mujeres por
igual. Alucinaciones de vez en cuando, cantar bobadas y actuar tanto de día
como de noche ¡A penas veo mis cicatrices! ¿Qué ha sido de la miserable de
Jaqueline? Quizá se perdió de camino a Brooklyn.
Este es, no obstante, un breve resumen de mi vida. No
soy muy buena en la autobiografía. Yo soy más de contarte un trozo de mi vida y
perderme con un café y un cigarro. A veces digo la verdad, otras la exagero
¿Qué más da? Dios (si es que realmente existe) me abandonó nada más nacer, yo
no le debo nada.
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