jueves, 10 de mayo de 2012

Tú.

Me agaché al riachuelo límpido, cubierto de sombras y claros de los abrazos de los árboles. Sólo el susurro del viento acompañaba a aquella extraña soledad. No, miento. No sólo era el viento. Y no, no era soledad. No sé muy bien qué era. Vibraciones que ondeaban en el ambiente. Unos ojos bellamente perfilados observándome desde la oscuridad del bosque y la música de su corazón acompasado con el mío. Desde la lejanía, desde el cuidado de no rompernos. La vida y la muerte en un suspiro. El todo y la nada. Pero yo sé de ti desde hace mucho tiempo. Los lazos nos unen. Conversaciones triviales, palabras de aguas profundas... Común, de un mundo común. Sin embargo, todo viaja más deprisa, vertiginosamente, por entre los remolinos que se forman en estas hojas del suelo. Nuestra alma  y conciencia vive aquí, en este profundo ser que nadie conoce y que sólo nosotras entendemos. Mientras nuestro cuerpo camina, agotándose, desenvolviéndose a un ritmo normal, a través de la mirada del resto, con una visibilidad pasmosa.
Pero tú sabes, y yo sé que todo esto, todo lo que somos subyace aquí. En este bosque, desierto, mar, abismo, cueva, oasis... Todo, todo... Bajo tu mirada bellamente perfilada y tu aura que corta el aire.