lunes, 6 de enero de 2014

Noche alicantina.

Y es que una se pierde en una noche como ésta, de vientos gélidos y gente amuermada como terribles muertos vivientes, que en nada se diferencian del ganado matutino.
No obstante, es bello observar ciertos haces de vida en sus colmenas de sobrias fachadas, o quizá, si me permite el lector, de aquellas hermosas fachadas modernistas del centro alicantino.  Sombras desconocidas que se asoman a observar como yo el silencio, a veces vagamente interrumpido (quizá por algún borracho, drogata o los coches) o quizá, a dejar que sus suspiros desaparezcan, que se desvanezcan gracias a éste pequeño huracán a las primeras horas de la madrugada. Luces que se encienden y que al cabo de los pocos minutos ( o quizá segundos) se apagan y suponer que el propietario buscaba algo o que realmente los impulsos de su cerebro, sesgado por el hábito, le había conducido hacia aquella habitación sin motivo aparente. Luces parpadeantes como de prostíbulos, pero que en realidad no son más que baruchos donde se encuentran almas tristes o simples, ambas o ninguna.
Todo esto en cuarenta minutos de espera a un bus urbano para que me devuelva al calor de mi casa. Pero, diantre, esta soledad tiene algo de poético ¿O es que ya estoy siendo invadida por una molesta enfermedad y empiezo a tener fiebre?


Retorno

Su medieval cabellera, ondeando al viento bajo un tímido cuarto creciente y observando desde aquellas desgastadas almenas.  Sus alas recogidas, pero sin temor a volver a batirlas y surcar aquellos montes salvajes.
Aquel lejano sueño de un dorado atardecer otoñal, palpitaba en su corazón con la realidad de la esperanza. Se había levantado de su gélida lápida del olvido y retaba a las víboras a retroceder para siempre o perecer bajo su fuerza de águila imperial.


-Per aspera ad astra – le susurró a Bóreas, con lágrimas en sus ojos y alzó el vuelo bajo las estrellas que serían siempre sus confidentes.