Su medieval
cabellera, ondeando al viento bajo un tímido cuarto creciente y observando
desde aquellas desgastadas almenas. Sus
alas recogidas, pero sin temor a volver a batirlas y surcar aquellos montes
salvajes.
Aquel lejano
sueño de un dorado atardecer otoñal, palpitaba en su corazón con la realidad de
la esperanza. Se había levantado de su gélida lápida del olvido y retaba a las
víboras a retroceder para siempre o perecer bajo su fuerza de águila imperial.
-Per aspera ad astra – le susurró a
Bóreas, con lágrimas en sus ojos y alzó el vuelo bajo las estrellas que serían
siempre sus confidentes.
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