sábado, 28 de enero de 2012

Sentir.

  Avanzo hacia este acantilado y soy capaz de recorrer las inmediaciones del lejano horizonte. Comprender el Mundo a través de vibraciones que se esconden en un lugar oculto de mi mente. Y así, volar. Como si no de palabras, ni de fórmulas ni números se tratase la auténtica Naturaleza, si no, de algo más complejo y prácticamente incomprensible. Mar, Tierra y Bóveda. Yo, minúsculo ser, que soy el centro de todas estas cosas cada vez que respiro su propia esencia, hasta que las absorvo y me esparzo hasta el Fin.

viernes, 6 de enero de 2012

Destrucción.

Abro los ojos y mi mundo decae, poco a poco. Arde mi alma, de impotencia. Señalo el horizonte y sollozo. ¿Dónde caerá el siguiente trozo de bendición?
Rasgo el aire y hago marcas de humillación en mi pared. Quién. Cómo. Dónde. Por qué. Cuándo.
Tiempo. Desidia. Dolor. Joder, dolor, mucho dolor.
Suprímete, maldito.

La destrucción es unánime.
-¡Hola destrucción! - digo mientras caigo por un abismo de tinieblas.

Realidad parcial.

La supermacía del sueño. Entornados los ojos y disuelta la mente. En un mundo ilustrado en horrores. Toma el futuro, caótico, y la forma de psicópata en tus manos. La sangre es onírica, sí, pero sientes el punzar de tus cuchillos sobre la carne del contrario, que agoniza ante tus ojos.
¿Es tan sólo un reflejo de la realidad? ¿Es un yo encarcelado? ¿Es el rencor anidado?
Muerte, sin fin, en mi mundo, hacia mí misma y hacia los demás.
Destrucción. ¿Ansiedad tal vez? Freud podría ser un buen guía...
¿Qué más da, qué más da?
Sólo es un sueño, susurrarán voces lejanas.

domingo, 1 de enero de 2012

Freixenet.

El humo dibuja el olvido en su mirada. Fumando largamente, mientras lo acompaña con dulce Freixenet. La espera es absurda. Mientras, aquellas sombras inútiles le rodean bailando un torpe charlestón.
Las voces atropellan su mente distópica. El tiempo pasa. No hay nada que le haga sentir peor que aquella música chillona y el jugueteo erótico de las miradas de los presentes.
¿Dónde estaba? El estómago se le removía con aquel cóctel frenético. La demencia comenzaba a ganar el pulso infame contra sí misma. Los hombres la exasperaban, siempre tan dignos y siempre tan dispuestos a aparecer cuando les plazca.

Retiró la silla con brusquedad. La neurosis se apoderaba de ella, como era costumbre. La única cura que encontraba estaba entre las cenizas que se aferraban a sus pulmones.
Evadió al público y a todo un mundo, mientras, tras cerrar la puerta, se apoyó en la fría pared, dejando que una brisa marina invernal y unas luces parpadeantes se incluyeran en el nuevo episodio de sus fracasos existencialistas.
Sólo, tan sólo, esperando la muerte de buena gala y una copa, bajo la tormenta de sus quebradizos sentimientos.