lunes, 20 de mayo de 2013

Felicidad subjetiva.

¿Y es que la felicidad no es altamente subjetiva e íntima?
Mi felicidad es del color de la Tierra. En esos días grises, cierro los ojos y me veo a mí misma bajo un manto verdoso de árboles, en una tarde lluviosa, con los pies descalzos. Sintiendo cómo la lluvia humedece mis cabellos, cómo las gotas recorren mi desnudo cuerpo. Viéndome juguetear con mis pies en el barro. Sintiéndome sílfide y ninfa.
Mientras tanto, a lo lejos, se escuchan tamborileos y susurros de flautillas de alguna tribu indígena. De aquellos que aún están unidos a la tierra tal y como yo lo estuve una vez y que en el fondo deseo volver a estar.

Deseo escapar a las montañas, al bosque o a las calas vírgenes. La ciudad, la civilización, en estos momentos me parece una prisión donde para conseguir un mínimo de bienestar hay que descarnar a tus iguales. Donde para, según dicen, ser feliz, has de tornarte de hielo. Descartar los sentidos. Fría lógica y apatía.
Aquí en cambio siento el calor de todos los seres vivos en comunión. El principio de mi especie y la vida en continuo ciclo. ¿Qué nos hizo cambiar? Esto es, a la vez que simple, precioso.

Mi cálida alma y mi raciocinio se pelean. Placer versus realidad. ¿Pero la realidad no ha de tener también un componente de placer? Por eso escribo, para tener ese placer lejano quasi inexistente. Porque sé que en cuanto acabe, realizaré la tarea monótona de siempre. Pero me habré desprendido parte de la angustia y el dolor que me atenazaban... Porque me he sentido humana. Y digo humana, pues me he sentido viva, más incluso que estando completamente despierta y consciente. Sólo, tan sólo, cerrando mis ojos o, ni tan siquiera eso, simplemente, dejando la mente volar...

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